El Gallo del “nacimiento”
(cuento navideño)
Evangelio según San Mateo.
Entonces Pedro se acordó de las palabras que Jesús le había dicho: «Antes de que cante el gallo me negarás tres veces». Y saliendo fuera, lloró amargamente.
Año con año el nacimiento de la señora Dora lucía un gallo de barro cuyo alambre, armazón de las patas que lo sostenía en pie, era visible por los pedazos de barro que había perdido y es que se empeñaba Doña Dora en pararlo encima del heno sobre una silla que servía de base y semejaba una elevación orográfica y, el gallo, muy colorido por cierto, carecía de estabilidad y constantemente iba a dar al suelo pelándose más sus patas.
Es común en los “nacimientos” mexicanos que el “niño Dios” tenga un tamaño mucho mayor al de su madre María, San José, los pastores y los borregos y, precisamente, el desproporcionado tamaño del gallo de nuestro relato, aventajaba a todos estos personajes y año con año yo me encargaba de reprochar a la señora el que pusiera al gallo en el paraje del nacimiento.
Llegó una “noche buena” en la que no vi la alegre y estropeada figura luciendo su cresta y de inmediato pregunté por qué no estaba la esbelta aunque despostillada ave y Doña Dora me dijo que se había deshecho de él porque año con año yo lo criticaba. Al verme con mi expresión nostálgica me dijo: “El gallo está en la basura pero puedo recuperarlo si así lo quieres” Sí, contesté, quiero volver a verlo en su sitio de siempre. Tomé la estropeada figura que su dueña me entregó y con toda suavidad, como si fuera de cristal cortado, la coloqué en su sitio haciendo un hueco en el heno para pararlo firmemente y que no se bamboleara cuando alguien rozaba la figurada colina.
El nacimiento cobró vida con el gallo que ya tenía bien ganado su lugar aunque sobrepasara en talla a las vaquillas que por ahí andaban pastando; y esa noche buena, con los hijos de la señora y demás amigos de la querida calle del querido barrio, le dedicamos buena parte de la tertulia a la ya famosa figura decorativa.
El tiempo, flagelo de la vida, de repente se llevó todo: barrio, calle, amigos, nacimiento, noches buenas. Sólo el gallo de barro se conservó para cumplir en un ensueño su misión de cantarle a Pedro cuando transcurrieran treinta y tres años a partir de aquella nostálgica noche navideña que vaga entre recuerdos.
Dzunum