FEDATARIO  

 

 (Vergüenza Nacional)

Notarios Públicos

que dan fe de la

mentira ¿Y en quién vamos

a confiar?

 

En víspera de las elecciones para presidente de la república y representantes del Congreso de la Unión, llegamos a  la culta y hermosa capital del Estado de Guanajuato. La misión o mejor dicho comisión: vigilar las casillas electorales que correspondiera por parte del entonces invencible partido dictatorial. Esto fue por 1964.

Se nos dotó de una carta (en copia fotostática) en la que se nos nombraba representantes del candidato presidencial, con apoyo en el ordenamiento respectivo de la Ley Federal Electoral, calzada con la firma del futuro genocida, “para vigilar la legalidad en la votación o sufragio”. 

La designación de los tres comisionados que participamos, la hizo precisamente un candidato a diputado por no sé qué distrito electoral del Estado de Guanajuato, que incluía una amplia zona rural. El contendiente y seguro ganador de la diputación, quien fungía como jefe de departamento en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, era, a la sazón, mi propio jefe o superior jerárquico como ahora se le denomina.

 Hijo de un ex secretario particular del único Presidente posrevolucionario que ha hecho historia en México, ex gobernador también de aquella entidad y en esos días Embajador en Venezuela, nuestro joven candidato a diputado quien  se encontraba  en la plenitud de su vida, daba inicio a su carrera política y no dejaba de ser lamentable que, teniendo  antecedentes de honesto burócrata, además de capacidad y carisma, ya estuviera contaminado por el sistema político antidemocrático y corrupto que ha regido a la nación desde que nacimos los ya viejos.

Reunidos en un cuarto de hotel organizamos el plan para el siguiente día, el de la elección. Partimos temprano con un vehículo “jeep” y un par de soldados armados y nos dimos a la tarea de recorrer las casillas del distrito electoral. 

La actitud prepotente de mis compañeros al presentarse en las casillas instaladas en zonas de simpatizantes de la oposición, se topaba con el valor cívico y la firmeza de los funcionarios de casilla; entonces plegábamos nuestra carta de identificación y continuaba nuestro itinerario. Cuando nos topamos con la humildad, ignorancia  y temor de unos pobres campesinos a cargo de la casilla instalada en un ejido llamado “Trojes de Rincón” donde la oposición había tenido mayoría, Ricardo, envalentonado ante la debilidad de los servidores públicos, con los soldados en actitud ofensiva y bajo un torrencial aguacero, robó las urnas.

Mi actitud de coraje ante el abuso contra la debilidad de aquellos buenos ciudadanos era manifiesta y aunque guardaba silencio, estoy seguro que el licenciado interpretó mis pensamientos cuando volvimos a reunirnos, según lo capté en su mirada. Mientras tanto sonaban las risas burlonas de las ratas serviles (eran dos) que  enarbolando las urnas robadas gritaban: ¡mire licenciado, son de Trojes de Rincón!

El candidato no hizo comentario alguno, entreviéndose en él cierto dejo de conciencia.

Las urnas del distrito electoral fueron concentradas en una oficina notarial de San Felipe Torres Mochas. Lo más sucio, faltaba. A las once de la noche llegamos sigilosamente con el licenciado a la notaría. El portón se abrió y asomó el notario público sonriente y cordial;  ¡hola Luis, pasen ustedes! Nos instalamos en una acogedora sala con fuego en la chimenea, el notario señaló las urnas electorales estibadas y al mismo tiempo trajo dos paquetes con boletas nuevas y hubo que cruzarlas a favor del partido invencible e introducirlas a las urnas que el Notario (al fin y al cabo “fedatario”, ante cuyo testimonio nadie puede oponerse y cuya “honestidad” no puede ponerse en tela de duda), tenía en custodia.

Al ver mi expresión de disgusto que no pude ocultar, dijo el candidato: ¿verdad que no puede haber democracia en México?, yo le contesté con una encogida de hombros; (¡para qué quería mi respuesta si él la conocía!.. pensé).

Pasados unos momentos le dije: “limpiamente licenciado usted tenía ganada la elección con un setenta por ciento de los votos, según pude auscultar en las casillas del distrito. No era necesario  robar urnas o agregar boletas” El contestó que se requería un margen del noventa por ciento para poder humillar al partido opositor. ¿Para que?, no me lo explicaba entonces, ni me lo explico ahora.

Desviando la plática me pidió que vigilara el buen servicio en el agasajo que se organizó para celebrar el triunfo electoral de él, del PRI y del aborigen de Chalchicomula y ¡claro! la derrota del PAN con un “ilustre desconocido” de nombre José González Torres como candidato hipotético a la Presidencia de la República.

Acto seguido, el ya diputado electo, me dio el dinero que obtuvo con la venta de su automóvil Mercedes, para que nada faltara en el convite. En ese tiempo la vaca del IFE no daba tanta leche 

Después de departir un rato cordial con el gobernador Torres Landa y Don Luís I. Rodríguez y Rodríguez en el estupendo banquete, a una señal del ya amarrado diputado, me marché  con el amargo sabor de haber intervenido en oprobiosa tarea.

Al recordar esos días, no puedo menos que sorprenderme viendo en la actualidad, el repudio del pueblo a la misma oposición que fue vejada y defraudada en aquel tiempo y que ahora está en el poder.   

Este relato es un testimonio histórico.

  Dzunum

  2003

 

 

 

                                                                              Regresar