La Víspera.
(Cuento)
“Estos tiempos navideños en que se confunden los sentimientos de bondad, de regocijo, compasión, euforia y quién sabe cuántos más, nacen los relatos de las inagotables fuentes literarias que suelen brotar de la pobreza, del hambre, de la necesidad y de las enfermedades”.
“Surgen los remordimientos en los émulos del Scrooge de los cuentos de navidad de Charles Dickens y escuchamos en la radio y televisión algunos cuentos similares a los del brillante novelista inglés, que también nos conmueven no obstante la candidez de sus argumentos, y, que sabemos, nos llevan siempre a un final feliz”.
“Víspera de Navidad, 24 de diciembre: Queremos y no, que llegue la Noche Buena. Deseamos disfrutar de los deleites de esos momentos llenos de magia que nos arroban, transforman y transportan a los confines del tiempo y las estrellas, pero no queremos que lleguen tan pronto porque sabemos lo breve que serán y quisiéramos que no terminasen nunca”.
“La pobreza, la pena y la desgracia ajenas apagan nuestro regocijo. Meditamos; pensamos en los demás; queremos manifestar de alguna manera la gratitud de la que no hicimos gala en el momento requerido. Evitamos a los escépticos y procuramos a la gente menuda y a los tradicionalistas. Nos atrevemos a creer en todo aquel que cruza nuestro camino”… Estos eran los pensamientos y reflexiones de un viejo soñador, tan soñador, que disfrutaba en la víspera, tanto o más, que durante el mismo evento o festividad.
La Navidad, pensaba, tal vez con sobrada razón, es el suceso universal espiritual más significativo a cuya espiritualidad, sustraerse es una necedad.
El viejo se transportó a su niñez imaginativamente. Recordó la modesta mesa
sobre el encerado y pulido, aunque deteriorado tapete de hule sintético decorado con hermosas flores estampadas, que además de adornar y dar luz y colorido a la estancia, cumplía también la misión de proteger el piso de madera, enfrentándose con su hermano gemelo que a sólo veinte centímetros de distancia lucía en el espacio correspondiente a la sala.
Había un árbol de navidad ralo, que ya comenzaba a secarse aun cuando se compró sólo un día antes. Era precisamente la víspera de Navidad. El decorado del árbol, ya de una pálida tonalidad por la resequedad, estaba adornado por esferas azules, amarillas y rojas; tiras de papel celofán de diversos colores; farolitos de papel, cabello de ángel, hilo escarchado y por último heno y pequeños pedazos de algodón lanzados sin ton ni son sobre el pino, como pretendidos copos de nieve. ¡Ah! Y una estrella de cartón saturada con diamantina, luciendo en la punta del árbol. ¿Focos en serie? Ya existían, pero eran caros y consumían mucha corriente eléctrica. Los adornos del árbol, reflejaban la luz de las lámparas del comedor y la sala. Esos destellos eran suficientes para el lucimiento del magro arbolito.
Esa víspera, se le quedó muy grabada. Le enseñó que en Noche Buena, en la mesa debía haber nueces, avellanas, castañas y colación. Se acordó también de unos pequeños cocos de aceite que le provocaron vómito y lo enfermaron del estómago. Ya no se acordó si aquella noche comió pavo, pero sí recordó al guajolote con vida porque durante quince días lo había alimentado con maíz y hierba fresca y lo escuchó gritar alegre mientras corría y esponjaba su plumaje en la azotea, amarrada la pata a un mecate. ¡Pobre animal! Lo extrañó después pero al menos ya no tendría que lavar la azotea a diario ni hacerse cargo de él.
En la actualidad, para el viejo, la Navidad parece cada vez más dulce, tierna y espiritual y lo hace verter y desbordar el amor hacia su familia. Como siempre, sigue disfrutando más la víspera y nunca se olvida de las castañas, las avellanas y las nueces, que nadie las come, sólo decoran la mesa.
Las castañas sí tienen demanda, pero al abrirse salen “pasadas”, secas o podridas.
De los coquitos de aceite, el viejo también se acuerda mucho y por eso, no los compra.
Cuando llega la Navidad, el 25 de diciembre, ya la nostalgia de la víspera lo agobia.
Dzunum
Navidad 2004