Reencuentro
Metropolitano
(Anécdota)
2003
El encuentro casual con un amigo de la infancia,
después de cincuenta años de no verlo, me retornó al
ajetreo de la descomunal metrópoli: ruidosa (sin la
alegría del ruido carnavalesco y bullanguero),
desordenada, contaminada y con una sobrepoblación,
que desde muchos decenios atrás, rebasó la capacidad
de los organismos de gobierno para el otorgamiento
de los servicios más elementales que requiere una
vida ciudadana digna.
El monstruo desforestó e invadió los municipios
llamados ahora conurbados, lugares que antes de ese
crecimiento brutal del ombligo de nuestra nación del
mismo nombre, tuvieron el encanto, transparencia y
tranquilidad de la provincia mexicana.
Las llamadas Delegaciones Políticas del Distrito
Federal se colapsaron con los municipios de las
entidades federativas vecinas, creando el caos
urbano y vehicular y esparciendo en los reductos
provincianos que aun existían: la polución, la
inquietud, la angustia, la ansiedad, la
intranquilidad y la deshumanización;
contradictoriamente, sinónimos de progreso.
Constituimos (mi amigo aparecido y yo), verbalmente,
una sociedad al cincuenta y cincuenta por ciento de
participación en las ganancias de la venta de
viviendas de equis compañía inmobiliaria, pero eso
no cuenta en este relato. Lo importante es que
reanudé una vida de jornada diaria de trabajo y
retorné a la brega con todas mis habilidades de
viejo metropolitano.
La experiencia de gran parte de mi vida como
habitante de la urbe más grande y poblada del mundo,
no me ayudó a reducir el desperdicio de cuatro horas
entre ida y venida al sitio del nuevo trabajo.
Avecindado en el Estado de México, Municipio de
Tlalnepantla, la ruta diaria a mis obligaciones
laborales, fue la siguiente: a tres cuadras de mi
domicilio se encuentra una avenida que lleva el
nombre de un ex presidente ya fallecido, cuyos
hechos históricos que se le atribuyen son: el
haberse pagado durante su gobierno la deuda final
para que la industria eléctrica se nacionalizara,
sí, la misma que ahora se quiere entregar de nueva
cuenta a los extranjeros y, como pésimo antecedente,
el haber ordenado la muerte de un líder agrario y
luchador social, quien fue masacrado con su esposa e
hijos en un paraje del vecino Estado de Morelos.
¡Morelos!, nombre del insigne ”Siervo de la Nación”,
figura valiente y limpia de nuestra historia,
orgullo de este México (en cuya capital está
naciendo esta ordinaria e intrascendente anécdota
citadina) Pero, continuemos con la ruta hacia el
lugar de mis nuevas actividades.
En esa avenida López Mateos, abordo un “microbús” y
como no hay asientos vacantes --como de costumbre--
tengo que gastar mis energías viajando con el cuerpo
rígido para evitar caerme, que tal parece ser la
intención del conductor, al que no podría sustituir
ni siquiera una bestia.
De la avenida López Mateos al anillo periférico, si
hay suerte, el trayecto lleva cuarenta y cinco
minutos. Esta vía (periférico) que me conducirá al
basurero en que se encuentra convertido el paradero
del “Metro Toreo” lleva el nombre de otro ex
presidente, llamado por algunos “El Presidente
Caballero” quien, por cierto, respetó la vida del
líder agrario morelense a que hice ya referencia, e
inclusive, le permitió --a él y sus seguidores--
conservar sus armas para legítima defensa contra los
latifundistas.
Este personaje condujo la nación durante la
conflagración de la segunda guerra mundial y fue
portavoz de la declaración de guerra a los países
del eje, posiblemente con cierta presión de nuestros
eternos vecinos, que ya se habían involucrado en el
conflicto bélico a raíz del bombardeo de la base
naval de Pearl Harbor en las islas Hawai y, debido
también --dicha declaración de guerra-- al
hundimiento en el Golfo de México de los barcos
petroleros nacionales: “Faja de Oro” y “Potrero del
Llano”.
Pero volviendo a mi ruta, por fin, logro llegar a la
estación del metro “Toreo” y después de un giro del
rehilete, me dirijo a los andenes, con cierta
desconfianza porque algún loco puede empujarme a las
vías.
Las ventanas y mirillas de los carros, rayadas con
buriles o puntas, hablan de primitivas venganzas
sociales --mal dirigidas-- contra el gobierno; del
desahogo de frustraciones juveniles de carácter
familiar o escolar, o simplemente de desarreglos de
la conducta, (como diría un psicólogo), de estos
depredadores.
Solamente avanzo dos estaciones y bajo en la
Estación Cuitláhuac, llamada así en recuerdo del
penúltimo emperador azteca, quien asumió el poder a
la muerte de Moctezuma II y combatió valientemente a
Hernán Cortés, antes de que lo aniquilara la
viruela, (regalo de España).
Camino hacia la avenida del mismo nombre y subo a un
“microbús”, que aunque menos deteriorado que el que
me condujo en el Estado de México, también es
conducido como transporte de ganado.
Mi destino es la calle de Borodín, que por cierto en
nada recuerda los escenarios de Las Bodas del
Príncipe Igor, (hermosa ópera de ese compositor
ruso). La avenida Cuitláhuac, de la que nunca se
desvía el microbús que me está conduciendo, es
continuación de la que inicia por el rumbo de
Chapultepec con el nombre de Mariano Escobedo, ese
ilustre patriota que combatió a los gringos durante
la invasión de l846 a l848, destacado político y
militar siempre aliado de las causas justas del
pueblo mexicano.
¡Qué larga es esta calle! parece interminable y
cuando llego a mi destino, ya cambió de nombre al de
Alfredo Robles Domínguez, destacado arquitecto y
luchador contra el régimen del usurpador y asesino
Victoriano Huerta. Fue también diputado al Congreso
de la Unión y candidato a la presidencia de la
República, contendiendo como opositor de Álvaro
Obregón. Pero no quiero competir con los cronistas
de la ciudad y continuaré con mi insulso relato.
Mis ambiciones de corredor de bienes raíces, he de
ser franco, se iban frustrando día a día. Escasez
permanente de dinero, (un mal del mexicano desde su
nacimiento hasta su muerte), la sobre valuación de
los futuros departamentos en pre-venta,
(departamentos que sólo existían en la ingenua
imaginación de mi viejo amigo).
Para su precio, desde luego se veía que no habían
tomado en cuenta el nivel tan modesto de la Col.
Vallejo, donde se proyectaba su construcción.
Por encima de todo, había que dar un fuerte anticipo
en efectivo, mismo que le serviría a la “empresa”
para construir. En un plazo de tres meses el futuro
e iluso propietario, tenía que conseguir un préstamo
bancario o hipotecario ¿Cómo?, ¡Bueno!,
supuestamente debía tener otra casa para hipotecarla
o venderla.
Por cierto que esta palabra compuesta, de pre-venta,
quiere decir que por un anticipo (fuerte) de dinero,
le venden a usted, amable lector, algo que
posiblemente nunca le entreguen y, además, vuelen
con su dinero.
Después de tres meses de recorrer el trayecto -nada
escénico ni recreativo- ya descrito en esta crónica
urbanística, cansado de ver expresiones de
incredulidad, renuncié definitivamente a esta
actividad que resulta criminal porque requiere de
incautos.
Nos enfilamos, mi “socio” y yo, sin rumbo fijo entre
las calles con nombre de los más grandes músicos
clásicos del mundo, que ignoro porqué escogieron la
colonia Vallejo: Donizetti, Paganini, Schuman,
Wagner, etc.etc.
Mi amigo en su disgusto y frustración por el tiempo
perdido y cero ingresos obtenidos, echó la culpa al
gobierno con palabras altisonantes y destilando
bilis.
Si bien es cierto, pensé yo, que estamos padeciendo
un pésimo gobierno, como ya es costumbre en mi país,
y que la escasez de dinero, la miseria y el hambre
crecen día a día, en este caso especial de las
utópicas viviendas, poco tuvo que ver el gobierno,
lo que me abstuve de comentar con mi deprimido
compañero.
Tomamos juntos el “microbús” de regreso, en la Av.
Robles Domínguez. Recorridas diez cuadras, mi amigo
y yo, nos despedimos. Se bajó frente al teatro
Virginia Fábregas y yo continué mi largo viaje a
casa.
Por más que me devano los sesos, no encuentro qué
experiencia pudo haberme aportado este inútil
reencuentro metropolitano.
Tampoco entiendo porqué una avenida o calle del
Distrito Federal deba tener tantos nombres, porque
Robles Domínguez, después de cruzar la Calzada de
Guadalupe, cambia nuevamente de nombre y se llama
Noé, (que ya sabemos quién fue), le sigue Angel
Albino Corzo –ilustre militar y político liberal
chiapaneco- y finalmente Eje 3. La misma avenida con
seis nombres. ¡Bueno!
Dzunum
|